Había vuelto a aquel lugar miles de veces - al menos mentalmente -, porque de manera física siempre lo evité. Digamos que al ser allí el principio del fin, nunca fue fácil.
Más de una vez imaginé qué habría pasado en mi vida si aquello hubiera sido solo una pesadilla, pero jamás coincidí dos veces en el mismo resultado.
Como en toda gran historia repetimos, y no una vez, sino varias, aunque ninguna fue igual. Era tan fácil vivir a deshora, colgando de un cable, durmiendo de día y malviviendo de noche, mirando al sol a los ojos y a ti viéndote desde dentro. Era fácil ir y venir, a pesar de la incertidumbre, pero, en cambio, cómo dolía la caída, siempre igual: en el momento más inesperado. Y luego, tras ella, te observaba de lejos como si fueras un desconocido con el que compartí mil días y unas pocas de noches más.
Y hoy te veo, y te sigo observando, y parece que los días no han pasado, a pesar de que hace años que aquel lugar se convirtió en un sitio a sortear. Y sí, desde aquella luna las noches cada vez pesan más.
Y si me preguntan que si volvería atrás, claramente me negaría, porque he disfrutado tanto de ti en este tiempo aunque no estuviéramos juntos, que has sido tanto o más mío que antes.
S.